A partir de aquí, muchos conflictos que consideramos presentes suelen ser en realidad actualizaciones o proyecciones de estos traumas previos, auténticos lastres que se han convertido en la base de cómo nos sentimos, pensamos y actuamos en todo momento: una situación actual puede reactivar las heridas del pasado, aumentando su carga energética emocional, y provocando que reaccionemos por inercia de acuerdo a lo que nuestro inconsciente revive con dolor, en lugar de hacerlo conforme a lo que está sucediendo en realidad e impidiendo que veamos las situaciones tal como son.
Así, los traumas bloqueados en los planos más profundos de nuestra mente estarán reprimidos y latentes hasta que algo del exterior análogo y semejante a lo que los desencadenó los activen como un resorte, causándonos nuevos sufrimientos.
El tipo de evento traumático no define la importancia del daño que produce. Son incontables las experiencias que nos han podido marcar: negligencias, rechazos, engaños, muertes, accidentes… y las consecuencias que provocan son realmente amplias: delimitan nuestros temores y miedos más profundos; las filias y fobias; las creencias; las actitudes; las pautas de comportamiento negativas, y la tendencia que tenemos a repetirlas una y otra vez (incluso aun cuando nos demos cuenta de que no son las adecuadas); las emociones, sensaciones y pensamientos que nos generan malestar y nos impiden vivir en el presente; las culpabilidades; los bloqueos; la incapacidad para llevar algo a cabo; las conductas defensivas o agresivas; la aversión o la atracción que sentimos por determinadas personas y también por ciertos lugares; la búsqueda o la evitación incesante de ciertas situaciones; la elección de vida; las propensiones y patrones más marcados; las sensaciones físicas (dolores, somatizaciones…); pudiendo, en definitiva, llegarnos a causar trastornos psicoemocionales de envergadura.
Por tanto, el presente es la repetición del pasado no resuelto: los impactos emocionales que nos han afectado siguen estando en nuestra mente, actúan en el presente como un estresor continuo, influenciándonos en función de su intensidad, no de su espacio temporal. Y si estas experiencias se repiten, quedarán aún más reforzadas, grabándose profundamente en la memoria del alma, para la que el tiempo no existe, condicionándonos y determinándonos como una sombra.