A través de una relajación profunda y de la recreación de un escenario arquetípico, el paciente alcanza un estado de conciencia abierta, una comprensión que es fruto de la sincronización entre los dos hemisferios cerebrales: el izquierdo, objetivo, que razona, interpreta, es consciente; y el derecho, subjetivo, que rige las emociones, los sentimientos, el inconsciente. Si cuando permanecemos en estado de vigilia las ondas cerebrales características son las beta, en la terapia regresiva buscamos el predominio de las ONDAS CEREBRALES THETA (las de la creatividad, emotividad), logrando así que la información que hasta entonces había permanecido oculta en nuestra biografía se procese de forma consciente.
La emoción que nos provoca el síntoma o problema actual es el hilo conductor que nos llevará a recordar, reconocer, identificar, el instante original que causó el daño que nos aflige y el impacto anímico que provocó, aquel que nuestra alma revive sin que nos demos cuenta y que está condicionando nuestra vida. Pero para liberar esa energía atrapada no es suficiente con visualizar: es necesario, asimismo, vivenciar el hecho concreto con toda su carga emotiva, volver a sentirlo en el cuerpo físico y emocional. Al revivir la situación primaria traumática –o en el momento en que ésta causó una impresión mayor, experimentamos los sentimientos, los pensamientos, y las sensaciones físicas originadas, y así el dolor encuentra salida a través de nuestro cuerpo. Sólo vivenciando alcanzamos una auténtica comprensión de los traumas acumulados, reconociéndolos en toda su realidad y provocando su disolución.